El
texto dramático de Luisa Josefina
Hernández, titulado Quetzalcóatl (1968),
es una recopilación de varios mitos o leyendas que refieren la participación
del dios prehispánico en la creación de la vida y de la gran civilización que
nos antecede. Desde cómo Quetzalcóatl, en conjunto con su nahual, se encarga de
robar los huesos sagrados a Mictlanteculti, con los que crea al hombre; hasta
la caída del gran imperio azteca. Es una mezcla de pasajes encontrados en
códices y libros que abarcan los temas de la mitología prehispánica, que la
autora ha sabido apoyar con imágenes a la vez que se representa el texto. Sin
embargo, es esto mismo lo que complica su puesta en escena.
Anne Ubersfeld
en su Semiótica teatral trata el tema
de las didascalias como una parte inherente al teatro. Ya sean implícitas o
explícitas, las acotaciones son uno de los principales elementos que hacen que
un texto dramático se distinga de uno narrativo; que además facilita la
representación de la obra y logran un mayor apego a la idea original del autor
sobre cómo debe llevarse a cabo la puesta en escena. Esto Josefina Hernández lo
lleva al límite, pues en un texto de no más de 40 páginas, aparecen una gran
cantidad de didascalias que, en ocasiones, llegan a tener una extensión de
hasta media cuartilla. La especificaciones que la autora hace, a modo de
acotaciones, van desde cómo debe vestirse el personaje, cómo debe sentirse el
ambiente, hasta qué imagen proyectar especificando el libro o códice y la
página donde se encuentra. De esto surge un inconveniente: al momento de leer
el texto dramático, estas acotaciones limitan la imaginación del lector (en
caso de que las imágenes propuestas sean de su conocimiento) o la complica. Pero
esto no le quita riqueza a la obra, pues aparecen otros elementos que la hacen
aun mas interesante. Por ejemplo el personaje de Xólotl, el nahual de Quetzalcóatl
del cual hay mucho que decir, ya que como su alter ego, adquiere tanta
importancia en la trama como el mismo Quetzalcóatl.
Es
una pena que una obra tan rica, aunque complicada, jamás se haya puesto en
escena; mientras tanto esperemos el día
en que una valiente compañía de teatro acepte el desafío que poner en escena
las obras de Josefina Hernández , ésta en especial, representa.
Estudio al respecto:
Me imagino a Anne Ubersfeld tomando café con Luisa Josefina Hernández en medio de un acalorado debate. Una en su posición de mediadora y la otra con la pose de literata. Seguramente, podríamos ver quién tiene razón el día que una valiente compañía tome el texto de Hernández y lo haga espectáculo.
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