La ciudad de los
Carrizos es una obra en dos actos escrita por el dramaturgo Antonio González
Caballero en 1967, estrenada por la Escuela Andrés Soler en el Teatro del Bosque de la ciudad de México en 1973.
Lo primero que salta a la
vista al momento de iniciar la lectura son las notas que el dramaturgo hace, ya
sea al lector o al director de la obra, en donde especifica que tanto el
vestuario como la escenografía debe ser lo menos apegada posible aal tema
prehispánico. De hecho propone que no haya vestuario, que los actores vistan
como lo hacen diariamente; en cuanto al escenario y ambientación, prefiere que
se hagan uno de objetos que se tengan a la mano, por ejemplo una escalera en
forma de ‘A’ que pudiera servir como pirámide. Otra aclaración que hace el
autor, de la que por cierto solo el lector y el director pueden tener
conocimiento, mas no el espectador, es la relación que intenta hacer entre el
mesías cristiano y el personaje aparentemente principal de la obra, el Príncipe
Uno Caña (digo ‘aparente’ porque es en realidad el Supremo Mediador quien mueve
a la acción en la obra). Y es que de hecho hay varias escenas de la obra que
remiten a ciertos pasajes sobre la vida de Cristo, por ejemplo, según se
cuenta, Uno caña “por una virgen fue dado a luz”, o cuando se hace referencia al acto de
transustanciación en palabras del Supremo Mediador cuando dice: “Esta es mi
sangre, este es mi cuerpo”, sin embargo, sin conocer la aclaración del
dramaturgo, creo que bien pueden pasar desapercibidas estas referencias.
Kurt Spang en Drama histórico. Teoría y comentarios,
hace una comparación entre las funciones de la literatura y la historia,
afirmando que la diferencia entre ambas áreas no se debe precisamente a la
forma sino al enfoque, pues “el historiógrafo relata las
cosas que suceden (lo particular) y el poeta presenta lo que podría suceder (lo
general)”, y precisamente lo que en el texto de González Caballero se pretende
es ‘historizar un mito’, el que explica lo que sucedió antes de lo oficialmente
historizado, tal como sucede con el “Genesis” de La Biblia donde se narra
precisamente lo que pudo haber sucedido, mas no lo que sucedió. Además, Spang propone dos tipos de
drama histórico: el ilusionista y el antiilusionista “dependiendo del punto de
vista de la función o del efecto que [el dramaturgo] pretende conseguir en el
público”. Y es más que obvio que el tipo de La
ciudad de los Carrizos es del segundo tipo, pues la primera intención del
autor es que el espectador esté siempre consciente de que lo que se representa
frente a él no es más que eso, una simple representación, por eso la insistencia
de que no se ocupe un vestuario en especial o escenografia alguna (aunque sí se
propone el uso de algún objeto que distinga a un personaje de otro). Se genera
entonces en el lector un distanciamiento en el que lo que se cuenta al
espectador-lector choca con lo que se le presenta, o como afirma Spang, es un
“contraste chocante [que] pretende despertar y chocar a los receptores, en el
caso de no atenerse a la realidad histórica”.
Este y otros elementos pueden encontarse en la obra
de González Caballero, por lo que hago invitación a su lectura que será siempre
amena y sencilla.
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